«Me ocupan desde hace tiempo algunas cuestiones que se plantean en los territorios de la identidad —individual, y de esa imposible colectividad que llamamos civilización occidental—, y sobre lo aleatorio o arbitrario de sus mapas. Estas cuestiones son las que se relacionan con el mero azar y la fortuna, pero también con analogías profundas; y cuestiones relacionadas con el secreto y su papel vertebrador de la, como diría Guy Debord, sociedad del Espectáculo; con la impostura que disfraza el carácter inevitablemente fragmentario del saber académico, y con lo conmovedor de nuestros intentos por preservar la base física de ese saber (papel, tela, pigmento, madera, piedra), como si el tiempo no fuera vasto e indiferente. Me ocupan, decía, todas esas cuestiones y su importancia en la construcción convencional y frágil de dicha civilización occidental y, en suma, del persistente relato ilusorio del Progreso. Nadie piense, sin embargo, que aquí escribe otro posmoderno: «Utopía, siempre; justicia, ya» me parece un hermoso lema. Por lo demás, el misterio, la ironía y lo novelesco son los mimbres con los que trabajo. Estos poemas abordan algunas facetas de ese proyecto.»
La edición de esta plaqueta incluye una ilustración de cubierta realizada por María Saro, y consta de 50 ejemplares firmados y numerados por el autor. A continuación incluimos uno de los poemas que componen Tahúres y emplumados:
Ulises
A Enrique Badosa, por su generoso magisterio.
Abres, tahúr, los ojos de repente: es medianoche, estás
en lo hondo del bosque, no entre tus sábanas. Tienes
llena de musgo la boca, y vas tocado
con una absurda guirnalda de flores
que se deshace en tu cabeza.
Te mira con piedad hasta el porquero.
Para él,
las certezas y la saciedad.
Tú vives
en un bucle de aire,
eres un habitante de los puentes.
Ávido, arisco, desvelado, vagas
por los pasillos,
balbuceas, fantasma,
como a punto de decir un nombre
que desconoces, y en ese mismo trance,
en ese filo
te consumes. Eres tú
el morador de los puentes:
sólo tu sombra toca el suelo.
Abres los ojos de repente, es medianoche, estás
en tensión asomándote
al balcón del palacio, y te ahogas;
los abres —medianoche, tahúr— y te sorprendes
recorriendo la blonda de espuma de la isla;
los abres y no estás en el precario
límite de tu piel;
en vano, ya lo sabes, te embruteces
con las hecatombes, con el vino
cada vez menos rebajado.
No se cierra esa puerta tras de abrirla
y el hechizo es tu casa —es tu exilio—,
amarrado al palenque de un instante,
para siempre sumido
en un silbo de sirena.
Extranjero, tahúr, ya no te pertenece
el reino de la vida. Quedas
a las puertas de un reino insoportable.
Peligrosa profesión , en lugares indómitos como el Oeste americano solían morir en la mesa de juego o en la horca .
ResponderEliminarMuy recomendable " el hombre del brazo de oro " de Otto Preminger ( se puede ver un Youtube )
Chao